martes, 29 de julio de 2014

Una reseña: De Profundis de Oscar Wilde


Poco antes de salir de la cárcel de Reading, Oscar Wilde escribió una carta al que había sido su más íntimo amigo Alfredo Douglas. Es una epístola muy larga, que empezó en enero de 1897 y terminó dos meses después. Tratándose de un escritor de primer orden que cuida la forma y el contenido de lo que dice, esta carta constituye una obra artística. Pero Oscar Wilde no cuidó su estilo para el gran público, se esmeró por el joven al que amó con pasión durante dos largos años. Y lo hizo así porque era mucho lo que le quería comunicar y la importancia para ambos de lo que tenía que decirle. Es una carta escrita con las pasiones del alma encendidas: Oscar Wilde se refiere al Amor, al Odio, al Dolor y al Sufrimiento, la mayoría de las veces así escritas, con la primera letra en mayúscula, son nombres propios que identifican plenamente maneras de ser y no sólo de sentir. También el Arte y la Vida están así escritas, Cristo y la Sociedad y el Individualismo, pues Wilde los trata como entidades que tienen el poder de transformar el ser humano.



Quien emprende la lectura de esta carta conoce, en la mayoría de los casos, la historia de Oscar Wilde y, por tanto, no le va a costar esfuerzo situar la relación del autor con su destinatario. Pero si alguien comienza a leer De Profundis sin previo conocimiento, puede ir comprendiendo poco a poco los lazos que unían a Lord Alfred Douglas, tercer hijo del marqués de Queensberry, con el escritor. Como epístola, no tiene epígrafes ni alguna separación explícita, pero tiene una estructura clara. Da la impresión de que esta carta representaba para Oscar Wilde un antes y un después en sus relaciones con Alfred Douglas; constituye por eso no sólo el testimonio de una persona sufriente, desclasada, rechazada por muchos, también resulta ser un documento que nos pone a reflexionar sobre el valor, la amistad, el carácter y sus antónimos, la debilidad de la voluntad y el egoísmo. Y es aún más, sería posible considerar la carta como una apología de la imaginación, como la facultad suprema puesta al servicio del arte y de todo lo espiritual que reside en el hombre.


Motivos de la epístola

En las primeras páginas de la carta Oscar Wilde recuerda a su amigo las relaciones turbulentas que tenían: Alfred Douglas no respetaba sus momentos de trabajo y le arrastraba a una vida de placeres caros que siempre tenía que pagar él. Para poder dedicarse a escribir, Oscar Wilde se veía obligado a alejarse de él. Además Alfred Douglas era incontinente con respecto a los placeres y no admitía ningún control, esta situación provocaba escenas de peleas en las que se cruzaban cartas recriminatorias y solían terminar cuando Douglas pedía perdón. Oscar Wilde se reprocha una y otra vez haber hecho caso omiso de las advertencias de sus amigos que le aconsejaban alejarse de ese amigo y haberle perdonado las palabras crueles y zafias que le dirigía en las peleas que se producían con cierta regularidad. 

Alfred Douglas, el menor de tres hermanos, tenía sentimientos de aversión hacia su padre y éste tampoco mostraba aprecio por su hijo menor. Para Wilde, el odio que permanentemente sentía su amigo por su padre era, en parte, explicación de ese modo de vivir desenfrenado. También su madre, incapaz de hablar con su hijo, tiene su parte de responsabilidad. Pero lo más importante es la falta de carácter de Alfred que se caracteriza por su egotismo, su incapacidad de comprender al otro, el predominio del odio sobre el amor. Oscar Wilde no duda de que Alfred le quería, pero el odio era más fuerte. Ese odio es el que emponzoñaba la vida de ambos y que ahogaba el amor. Wilde se daba cuenta de ello, pero una y otra vez fracasaba en el intento de vencer ese sentimiento mediante su generosidad afectiva y material.

La carta tiene muchas páginas dedicadas a hablar de sufrimiento y de Cristo. Estos dos conceptos van enlazados en su discurso. El sufrimiento se constituye en la llave que le eleva a una concepción de Cristo que "no está en las Iglesias". Por el sufrimiento, el tiempo pierde su dimensión corriente de pasado, presente y futuro: todo se vuelve presente, cualquier instante que pueda ser recordado, cualquier ilusión del futuro pasa por el tamiz del sufrimiento presente. El único alivio de este sufrimiento es la imagen de Cristo, el "Individualista" por excelencia, capaz de dar forma y un sentido nuevo a cada acto de amor.

El individuo frente a la sociedad es otro apartado de su epístola. La sociedad es la que le ha condenado porque ésta no considera los seres humanos como personas con caracteres propios; la sociedad reduce a los individuos a peones morales que tienen miedo de la diferencia y se ven amenazados por todo lo que perturba el engranaje o maquinaria social. 

En la última parte, Oscar Wilde escribe sobre la doble desproporción entre su amigo y él, sobre su bancarrota y el propósito de su carta. De la primera asimetría trató en las primeras páginas, Oscar Wilde era un artista con éxito y un prestigioso intelectual mientras que Alfred Douglas no había terminado sus estudios en Oxford; ahora, escribe sobre la diferencia de edad, su amigo estaba en la edad de "sembrar la semilla", él en la de "recoger la cosecha". La bancarrota le importa porque en el mes de mayo, le quedan dos meses de reclusión, va a salir de la cárcel, no tiene ningún dinero y las ganancias de sus escritos y representaciones teatrales irán para sus acreedores. En fin, y lo más importante, Wilde desea que esta carta le sirva de profunda reflexión a su amigo. 




Tono y sobretono de la epístola

Oscar Wilde amó apasionadamente durante dos años a Alfred Douglas y en esa relación se alternaron momentos de extrema intensidad en cercanía y alejamiento: no llegó a ser nunca una relación de serena amistad. Si nos atenemos sólo a lo escrito en esa carta, parece que la razón última del temperamento violentamente hedonista y egoísta de Alfred Douglas tenía su origen en el odio que le tenía a su padre. La carta empieza con un tono de reproche a su amigo por haberle llevado a él también a odiar a su padre, por haberle vinculado tan estrechamente a esa pasión envenenada. Pero el reproche a su amigo se ve superado en un reproche a sí mismo: el de no haber sabido ver que se tenía que mantener a distancia de la ira y del odio de su amigo. No he percibido con claridad el rencor de Wilde hacia Douglas del que habla Colm Tóibin en la Introducción a la edición de Debolsillo; éstas son las palabras de este escritor irlandés:
"Por aquel entonces, su amor por Douglas se había convertido en una especie de rencor, y el tono de su larga carta logra capturar aquel rencor así como el extraordinario apego que sentía por Douglas. De Profundis no es justo ni coherente a ratos, es muy exagerado en sus comparaciones y su retórica. Pero, gran parte del tiempo, la prosa es de una hermosa y sosegada elocuencia; el equilibrio radica en el modo en que las frases está construidas y no tanto en la calidad de la humildad o las acusaciones."
Pienso que el tono que unifica toda la carta reside en el afán de Wilde por superar las emociones nacidas de la ira y del resentimiento. Está escrito en la epístola en una sola ocasión:
..."tengo que transformar todas y cada una de estas cosas en una experiencia espiritual. No hay una sola degradación del cuerpo que no deba procurar convertir en una espiritualización del alma."
La carta tiene una estructura, un ritmo y una finalidad. Oscar Wilde no pensó nunca que el público iba a leerla, pero él era un artista, estaba en su forma de ser y no se hubiera permitido dar forma a un documento tan importante para él de manera improvisada y desordenada. Es una carta de reconciliación consigo mismo ante todo y después con su amante, y tiene la finalidad de propiciar un nuevo comienzo.

En relación a "la calidad de las acusaciones" de la que habla Colm Tóibin, poco puedo escribir, pues desconozco los documentos oficiales y otros testimonios de los hechos. Las acusaciones que Wilde arroja contra su amigo son las que a él le hacen más daño, y es posible que estén deformadas o exageradas por su dolor. Esta epístola está dirigida a una sola persona quien tiene que evaluar el daño emocional, moral y social en el que se halla su amigo. La carta es verdadera porque transmite sentimientos veraces, es posible interpretarla sin tomarla como un documento histórico. Respecto de la "calidad de la humildad", entiendo que Colm Tóibin quiere decir que el tono de la carta no es de humildad ante sus propios errores, ni ante la fuerza de la ley, ni respecto a sus posibilidades futuras de retomar la senda de éxitos artísticos. No, Oscar Wilde no se somete al destino, sí lo acepta como punto de partida de una transformación espiritual que considera apremiante, pero no cabe en su forma de ser una rendición ante el destino. Oscar Wilde es conciente de sus errores fatales, desde el primero que ocurre cuando acepta hacerle un favor a un joven desconocido que era Alfred Douglas, hasta haber consentido todos los caprichos de su amante; pero Wilde se siente íntimamente libre y en él esta actitud es opuesta a cualquier tipo de humildad.

La superación de las adversidades materiales y espirituales la emprende Oscar Wilde a través de la revisión de todo lo acontecido y de una comprensión global del significado de la existencia. Ambos procesos van intrínsecamente unidos: ajuste de cuentas con Douglas, con él mismo y con la sociedad y subsunción de todo ello bajo una visión mística del arte y del individuo. A este sistema altamente espiritual que Oscar Wilde construye le falta coherencia, como expresa Colm Tóibín, y es una exageración, en parte, del idealismo que ya se encontraba difuminado en su teoría estética. El autor de la carta elabora en ella una "filosofía del arte" que quiere abarcar todo lo espiritual que hay en el hombre. El arte sigue siendo lo prioritario para Oscar Wilde, incluso en su situación de preso en condiciones miserables. El arte se convierte en su salvación y, por ello, la redacción de la carta fue en sí misma una actividad artística.


Sublimación y comprensión

Oscar Wilde se lamenta una y otra vez de haber arrojado por amor a Douglas su reputación como artista e intelectual de primera fila. Pero él siente que sus posibilidades creativas están profundas y a flor de piel a la vez. Esa energía creadora que le domina a pesar de sus circunstancias me ha recordado un sistema de defensa muy especial que Sigmund Freud distinguió para mentes excepcionales: se trata de la sublimación que encauza la energía pulsional o instintiva artísticamente con el fin de hacer soportable un destino adverso. En la primera parte de El malestar en la cultura, Freud advierte que todos los seres humanos persiguen la satisfacción máxima de sus impulsos, pero no le es posible al hombre corriente alcanzarla; la religión tiene un papel sustitutorio y resulta bastante eficaz en cuanto que evita que muchos caigan en la neurosis depresiva. Existen otras técnicas para evitar las frustraciones: una de ellas consiste en la sublimación o reorientación de los instintos que puede "acrecentar el placer del trabajo psíquico e intelectual". El artista experimenta satisfacción por medio de la creación, aunque "el punto débil de este método reside en que su aplicabilidad" presupone, escribe Freud, "disposiciones y aptitudes peculiares que no son precisamente habituales, por lo menos en medida suficiente."

La tarea que ocupó las energías y el tiempo de Oscar Wilde fue la de comprender. La siguiente afirmación es el estribillo que se repite cinco veces a lo largo de la carta, a veces tiene la función de separar los temas de la carta y probablemente este recurso poético le confiera a la carta un ritmo musical que el autor perseguía en pro de una cierta belleza:
                               "El vicio supremo es la superficialidad"
La sentencia que suele seguir a ésta es: "Todo aquello que se comprende es justo". Wilde se preocupa por afirmar que rechaza la moral, la religión y la razón como instrumentos de alivio para el sufrimiento. La moral es concebida como un sistema de reglas que ahogan la libertad del individuo, es el instrumento de la sociedad para combatir el individualismo. La religión no le ayuda, dice Wilde, porque sostiene la existencia de formas invisibles y él afirma que sólo puede tener fe en lo visible. La razón no le sirve, ha dado lugar a un sistema legal que le ha condenado como a un delincuente.

La salvación no está en avergonzarse. Oscar Wilde quiere asumir lo incorrecto de su comportamiento que no es lo mismo que los demás han considerado incorrecto. Rehacer su vida a partir de lo que ha pasado: el vicio se halla en querer olvidar: "renegar de nuestras experiencias vitales significa interrumpir nuestro desarrollo" escribe Wilde. Todo lo ocurrido ha de someterse al examen de la imaginación que relaciona los hechos con una coherencia extraña a la razón. La justicia no consiste en nombrar a unas cosas buenas y a otras malas, sino en considerar en cada caso lo particular, en asociar imaginativamente respuestas y conductas que no convierta a unos actos o unas personas en apropiados y a otros en inmorales. Oscar Wilde le dice a Alfred Douglas que su principal defecto es poseer un carácter sin imaginación, lo que equivale a no tener carácter; un ejemplo de ello es que Alfred utilizaba los mismos métodos de su padre para defenderse de él.

La figura más imaginativa y también la más compasiva que ha existido es la de Cristo. Cristo es la expresión máxima de una vida artística y modelo ejemplar de individualista. El impulso místico de Oscar Wilde, y él mismo reconoce ese misticismo que lo aleja definitivamente de la coherencia común, se desarrolla cuando escribe sobre Cristo. No es la figura de un nuevo altar, su fuerza no reside en ser el centro de la religión, Oscar Wilde no escribe sobre inmortalidad del alma, dogmas y pecados. Parece que la esperanza de un nuevo comienzo que entrevé cuando termine su reclusión se alimenta del modelo de conducta que extrae de Cristo. No busca Oscar Wilde imitar a esta figura inimitable, pues la imitación es falta de imaginación, sino construir una referencia artística singular que dicte que el único principio de la vida y del arte esté en buscar por medio de la imaginación la interpretación mejor que convenga a cada caso singular. No hay un único criterio de verdad, Cristo representa la bondad desplegada de miles de formas, la compasión sin paliativos.





Reconciliación idealista de la vida y el arte

La teoría estética de Wilde resumida en la entrada precedente sufre algunas modificaciones si la cotejamos con esta carta. En primer lugar, en las dos ocasiones en las que emplea Oscar Wilde el término "mentira" en De Profundis, esta palabra tiene el significado corriente de ocultación o deformación de los hechos con miras a obtener un beneficio material o a zafarse de un castigo. El término "verdad" es, por tanto, restituido también en su significación común de representación o adecuación con los hechos. La imaginación trabaja no para la mentira sino para recomponer lo sucedido de otra manera y hallar unas respuestas distintas para una comprensión nueva de esos hechos. Una explicación original, o divergente diríamos hoy en día, que Oscar Wilde atribuye al artista como un modo de comprender más elevado. La búsqueda de lo artístico se sitúa en esta carta en la obtención de una visión palpable de las experiencias vitales y la obra resultante tiene que ser justa y bella. La influencia de Walter Pater fue más acusada en sus obras de madurez anteriores a su condena, pero ahora es posible pensar que la primera gran influencia que recibió Oscar Wilde de Ruskin es más reconocible. En efecto, para John Ruskin, lo bello y lo bueno no podían ir separados, si bien lo bueno no es ni fue nunca para Wilde lo bueno en el sentido de la moral convencional. La inspiración platónica se sigue reconociendo aquí, pues fue este filósofo griego que aspiró a una nueva moral y que afirmó la existencia más real de las ideas que de las creencias comunes compartidas "superficialmente" por la mayoría.

La espiritualidad del arte está más acusada en la epístola; no es sólo que el arte es la expresión fundamental de la vida en el sentido en el que la vida no puede obviar el arte, pues lo necesita como todo ser precisa desarrollarse; aquí la vida y el arte están más cercanos y el resultado es una idealización de la vida. La vida no es contemplada como una determinación biológica, sino como la realización de una individualidad. El acercamiento de la vida a un arte fuertemente idealizado es la clave del misticismo de Wilde: su pena y amargura no contribuyen a hacer más cercano al arte, sino a comprender la vida, la de cualquier individuo que se precie de tener imaginación, como una actividad artística.

El gusto por la paradoja y el talante ingenioso no se encuentran en la epístola. Wilde escribe con seriedad, su perspicacia está menos al servicio de la belleza que de la construcción de unas ideas que le salven y le consuelen. Su interés es ser profundo, dirigirse al origen de los hilos de su destino fatal para desenredarlos y recuperar la esperanza. No fue Oscar Wilde quien puso ese título a su carta, y la palabra "profundo" apenas es utilizada por él. No obstante, "De Profundis" le conviene bastante bien ya que "haber llegado a ser un hombre más profundo es el privilegio de quienes han sufrido".


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