domingo, 5 de octubre de 2014

La promesa




                             ¿Es moral no cumplir con la promesa hecha a un moribundo?

Esta es una de las preguntas que me sugiere la novela de Henry James, La otra casa, publicada en forma de libro en 1896. En este relato, Julia, una joven mujer moribunda, le ruega a su marido que le prometa que no volverá a casarse mientras que la hija de ambos viva. Tony Bream es el esposo, rico y apuesto, que ama a su esposa y que considera, por el amor que le tiene, que es una barbaridad lo que ella le exige, pero tras una breve reflexión termina por hacerle la promesa.

Tony Bream ha hecho la promesa con total sinceridad y el lector se siente dividido mientras lee: por una parte, cree que para que su mujer esté tranquila en sus últimos momentos ha hecho bien en prometer, pero por otra parte, el lector piensa que es una promesa que hipoteca el futuro de Tony. Julia ha tenido una infancia y juventud desgraciadas por una madrastra y está atemorizada por el pensamiento de que su hija pueda sufrir el mismo destino que ella. Se quiere asegurar de que así no será y pide que la promesa sea conocida por los amigos de la familia. No es que Julia no crea en la veracidad de la palabra de Tony, pero es que sabe, como intuye el lector, que el tiempo pasa y que Tony puede volver a enamorarse. Cuando tal cosa ocurra, ella, que conoce a su marido, sabe que no se enfrentará a lo que implica lo que puedan pensar de él si rompe con su promesa.

Este es el nudo de la novela que genera cuestiones intrincadas. El lector se puede hacer las siguientes preguntas: si Tony hizo bien en prometer, si es justo que un moribundo exija una promesa; y por último, si una promesa es válida cuando no es posible que las partes convengan en cancelarla.

En relación a la pregunta de si Tony debió prometer, el lector siente simpatía por él, que consintió en hacerlo para el sosiego de Julia. Esta es la razón por la que prometió: Tony no pensaba en el futuro, no se le podía ocurrir en esa circunstancia que alguna vez podría volver a casarse. Merece la pena preguntarse qué clase de razón constituye la que movió a Tony a hacer la promesa. Para ello, la distinción que hace Joseph Raz entre razones de primer orden y de segundo orden puede ser esclarecedora.

Normalmente cuando pensamos en lo que sucede a la hora de tomar una decisión, nos vemos sopesando razones a favor y en contra; este es el modelo intuitivo de resolución de conflictos que toma en cuenta razones del mismo nivel o "razones de primer orden". La deliberación termina cuando vence una razón que se convierte en la razón concluyente. Esta razón dicta al individuo su decisión, constituye la justificación del curso de acción elegido. A veces, este modelo de razonamiento práctico no se lleva a cabo; cuando existe una razón que nos impide realizar la deliberación entre razones de primer orden, estamos ante una razón superior o de segundo orden. A este tipo de razón la denomina Raz "excluyente" y la define como "una razón para no tomar en cuenta otras razones de actuar", o una razón para no actuar según el modelo intuitivo de equilibrio de razones.

La pregunta es que si la razón que llevó a Tony Bream a hacer la promesa a Julia es concluyente o excluyente. Si es una razón concluyente, la promesa es el resultado de una ponderación "que se resuelve por la fuerza relativa de las razones en conflicto". En contra de hacer la promesa, Tony considera que es una forma de darle la razón a Julia de que está gravemente enferma y va a morir, también es otra razón en contra para él que Julia contemple la posibilidad de que esté pensando en volver a casarse; y la única razón a favor de prometer es hacer lo que quiere Julia. En la conversación de Tony con una amiga, Tony parece hacer ese tipo de deliberación, de una manera emotiva, entrecortada. El problema reside en que la escena está soberbiamente escrita por Henry James, es el latido de la vida misma. ¿Está sopesando razones o ya ha decidido prometer a Julia cuanto desea?

La situación que vive Tony es un ejemplo de deliberación donde los sentimientos se convierten en razones. No hay un cálculo utilitarista, no piensa en lo mejor para su hija o para él a medio o largo plazo. Tony no construye un razonamiento: cuando decide ir a prometer, el lector cae en la cuenta de lo que iba a hacer; actuar como quiere Julia es la razón que excluye cualquier otra consideración. La deliberación es una apariencia, es una forma de ganar tiempo para ir asumiendo que Julia va a morir o para al final averiguar que no es verdad que está tan enferma. La clave está en el carácter de Tony, a él le gusta complacer a todo el mundo; y conforme se le conoce se adquiere la certeza de que no hubiera existido razonamiento práctico que hiciera que Tony no prometiese todo lo que su mujer le hubiera pedido.

Por otra parte, el lector se pregunta si Julia no está siendo egoísta al exigir una promesa que determina el resto de los días de su marido. Julia piensa en su hija recién nacida y en ella misma. A ella no la escuchamos, pues Henry James no la pone en escena; sabemos que está atenazada por el miedo a que su hija sufra el mismo destino que ella, y nos imaginamos la pena que tiene que sentir al pensar que su hija no va a disfrutar del cariño que como ella nadie puede proporcionarle. Estos son los sentimientos que tienen que colmar la conciencia de Julia; parece relegar el papel de su marido al de guardián de la felicidad de su hija, o al menos al garante de que la niña no sufra la misma suerte que ella. La situación de Julia y su dolor conmueven al lector y le deja naturalmente miope ante la crueldad que implica la promesa.

En relación a la tercera pregunta, expongo unas consideraciones hermenéuticas muy generales sobre la promesa. Esta se entiende como un compromiso verbal por el que una persona da a otra su palabra y se pone voluntariamente bajo una obligación. Una promesa no es un acuerdo legal, y hay ocasiones en las que se hace una promesa para no tener que recurrir a la ley porque la promesa, de por sí, implica una relación de confianza. Si la moralidad es la balsa en la que las personas nos movemos, las normas morales no son cadenas que nos anclan al mismo sitio. Las personas cambiamos, sin percatarnos siempre de ello, nuestros gustos y proyectos se modifican. Cuando los intereses que nos motivan se desplazan, nos separamos del apego a compromisos que antes nos ligaban. ¿Debemos atenernos estrictamente a lo acordado con otros con anterioridad? La pregunta no admite, obviamente, un sí o un no. Pero se acepta un depende, porque si nuestra identidad, individual y social, se altera con el tiempo, con las nuevas experiencias de la vida y el conocimiento de otras personas con las que adquirimos nuevos lazos, los compromisos anteriores no pueden constituir grilletes.

Hay lazos afectivos que imponen una conducta obligatoria, como la de los padres hacia sus hijos. También hay contratos legales que dependen de una legislación y que pueden regularse por los medios apropiados. Y hay acuerdos verbales que se tienen que respetar, como la promesa. Pero las circunstancias que marcaron los términos de una promesa tienen que ser revisables por ambas partes si el fundamento de la misma es la confianza. La relación de lealtad que implica la confianza reclama que se renueve, que se experimente. Cuando alguien confía en otra persona lo hace totalmente, no tiene sentido decir "confíanza a medias"; ahora bien, no se tiene por que confiar para siempre en la palabra de alguien. Y es que la confianza entre individuos se da por garantizada y al mismo tiempo es una relación que no se puede descuidar. La confianza puede verse mermada o destruida por la actuación de uno, porque el individuo ha cambiado y no reconoce o ha olvidado la lealtad que debía a otros. ¿Debemos mantener la promesa de pagar a alguien una deuda si esa persona nos ha robado? La obligatoriedad de la promesa compromete siempre al menos a dos individuos.

A la luz de estas afirmaciones, retomo el caso narrativo. Dentro de unos años Tony Bream será todavía un hombre joven que tendrá oportunidades de conocer a alguna mujer que le enamore. ¿Debe mantener la promesa de no casarse porque su hija está viva? Y si la mujer de la que está enamorado se encariña con su hija: ¿debe privar Tony a su hija de una madre sustituta? Julia quiso que la promesa fuera solemne o formal, que los amigos íntimos estuvieran informados de ella porque quería asegurarse de que la respuesta a la segunda pregunta fuese por siempre "sí". Ahora bien, si la relación de la promesa afecta al que promete y al que recibe la promesa, y uno de ellos no existe ya, ¿por qué habría de respetarse la promesa? Creo que la respuesta, aplicada al caso concreto del relato escrito a finales del s. XIX, debe hallarse en la comunidad de sentimientos o creencias. Julia sabía que si Tony rompía su promesa iba a "quedar mal" con sus amigos y vecinos y esa posición desventajosa y moralmente ambigua, sobre todo para su tiempo, no era una situación que Tony Bream pudiese imaginar o soportar.