sábado, 6 de enero de 2018

Una reseña muy personal de Me llamo Lucy Barton

A propósito de la novela de Elizabeth Strout Me llamo Lucy Barton hay mucho de que hablar. Si me preguntarán cuál es el tema de la novela, diría que trata de los recuerdos de una niñez marcada por la pobreza y los malos tratos. Pero decir el tema de un relato es decir casi nada de él si es un buen relato y éste lo es. 

En la novela se dice que "la sustancia es el estilo" y ella es un ejemplo de esta sentencia. Lo que nos deja Elizabeth Strout son muchos motivos en los que pensar; estos son como piedrecitas que se van acumulando conforme se lee y que no se pueden perder para finalmente ensortijarlas y construir el sentido del texto.

De entre esos motivos que sorprenden y dan que pensar he elegido sólo dos para no hacer esta reseña muy larga. El primero hace referencia directa al dicho "la sustancia es el estilo", y el segundo se relaciona, a mi entender, con un misterio de la mente humana.

Desde el principio me llamó la atención el tono de la narración, es amable con una apariencia ingenua. Esa forma de escribir es tanto más relevante porque relata, en primera persona, episodios de discriminación, de hambre o de desapego. En toda la novela, he leído dos veces la palabra "odio" y no corresponde a un sentimiento de Lucy. Como botón de muestra de ese estilo, elijo estas líneas: 
"Pero los libros me aportan cosas. Eso es lo importante. Hacían que me sintiera menos sola. Eso es lo importante para mi. Y pensaba: ¡Escribiré y la gente no se sentirá tan sola! (Pero era mi secreto. Ni siquiera se lo conté a mi marido inmediatamente, cuando lo conocí. Yo no podía tomarme en serio, pero lo hacía. ¡Me tomaba -en secreto, muy en secreto- muy en serio! Sabía que era escritora..."
A pesar de que las oraciones son cortas, el tono no resulta cortante. Son así de breves para destacar cada pensamiento y dar relevancia a palabras que son, en principio, vagas, tales como "importante", "cosas", "secreto". Esos términos tienen una resonancia infantil y parecen estar escritos con espontaneidad y una falta evidente de doblez. Así, admite que se lo contaba todo a su marido, menos que quería ser escritora. La creencia de que si se dice algo se pierde el hechizo, se pueden echar a perder las imbricaciones emotivas que nutren el proyecto, resulta conmovedor por la candidez que desprende. 

El tono de la escritura se mantiene a lo largo de toda la novela, si bien en la segunda mitad me parece menos sostenido. De cualquier forma, ese tono expresivo dice que a Lucy no le mueve el rencor por sus sufrimientos, más bien constituyen el motor de su vida superarlos. También es conmovedor cuánto agradece los gestos de simpatía, por leves que sean. Según veo, esta manera de sentir rompe con la concepción dominante en circunstancias semejantes que describe el resentimiento o el rencor como justificado. Lucy Barton aporta una respuesta valiente sin ostentación, se da a si misma un objetivo, un proyecto tan querido y protegido como un "secreto".

La segunda piedrecita preciosa que he seleccionado de la novela es un pasaje que ilustra un fenómeno mental sorprendente. Es una conversación de Lucy con su primer novio, un profesor y pintor pijo que conoció cuando se mudó a Nueva York:
"Un día me preguntó qué comíamos cuando era pequeña. No le dije: Sobre todo pan con melaza. Le dije: Comíamos muchas alubias con tomate. Y él replicó: Y después, ¿qué hacíais? ¿Tiraros pedos? En aquel momento comprendí que no me casaría con él. Es curioso que una sola cosa baste para que te des cuenta de algo así. puedes estar dispuesta a renunciar a los hijos que siempre has deseado, puedes estar dispuesta a soportar comentarios sobre tu pasado, o sobre tu ropa, pero de repente..., un comentario mínimo, y el alma se desinfla y dice: ah."
Lucy describe el origen de una decisión trascendental, pues ella estaba muy enamorada de él, lo admiraba por su seriedad y buen gusto. Y nos cuenta que, a raíz de un comentario inocente, ve la luz, sabe que no será su marido. Lucy se sorprende de haber visto con claridad repentina que no podría casarse con él, pero no nos explica el proceso mental. A veces ocurre que comprendemos de inmediato, es como si la mente reordenara a raíz de un pequeño estímulo un sistema completo de creencias, y eso a partir de un comentario aparentemente inofensivo. Creo que es una experiencia que muchas personas hemos tenido, una nueva visión de un conjunto debido no a un argumento importante, sino a una razón o motivo muy secundario. 

He seleccionado este segundo motivo porque dice algo muy especial de las personas, relacionado con el gusto por las narraciones. Si fuesemos máquinas, o seres que computan perfectamente todos los argumentos por su índice de relevancia para un objetivo, no disfrutaríamos de los cuentos. Pero somos racionales y por eso, creo yo, la mente sabe aupar una emoción para dar una nueva perspectiva. No sabemos cuándo va a suceder y si es para bien, pero ocurre que un fragmento de argumento, o una misma razón aparente pero con un concepto nuevo o sinónimo pero diferente produce un nuevo orden. Y es que parecen posibles infinitos conjuntos coherentes. La experiencia que cuenta Lucy Barton es el fin de una posibilidad importante debido a "un comentario mínimo". Y el lector la comprende, aunque no pueda explicar la razón.

Me llamo Lucy Barton me ha hecho compañía, como todas las buenas novelas. Elizabeth Strout ha cumplido el sueño de Lucy.

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