jueves, 6 de diciembre de 2018

Sentimiento de culpa sin culpa.

Hay casualidades de todas clases, como la de estar leyendo la novela Heridas abiertas a ratos y El malestar de la cultura en otros momentos del  mismo día. Si no hubieran coincidido esas lecturas, es casi seguro que no habría indagado por los motivos de la conducta masoquista de Camille, protagonista de la novela de Gilliam Flynn. Pero he aquí que había empezado a leer Más allá del principio de placer de Freud, y me pareció sólo un primer plato, así que elegí seguir con él tomando El malestar de la cultura y para terminar me decidí por Psicología colectiva y análisis del yo.

La fusión de estas lecturas me ha dado la oportunidad de comprender a Camille y de tener una guía en la lectura psicoanalítica. Así, cuando leía a Freud, me acordaba de Camille, de su madre y de su hermanastra y cuando leía la novela sentía que mi muda comprensión contenía términos freudianos.

El propósito de esta entrada es proponer una interpretación psicoanalítica aproximada de la conducta de Camille. Además, y antes, expondré la concepción de la psicología del individuo que me ha quedado después de las lecturas de las obras citadas. Éstas son reflexiones de un hombre maduro, con una larga experiencia en terapia psicoanalítica. El pensamiento de Freud ha ido evolucionando y El malestar de la cultura me parece una obra autocrítica y sintética donde argumentaciones y especulaciones están formuladas con fuerza y claridad. Mi exposición, bastante libre, sigue, sobre todo, la formulación de esta obra.

En el ser humano residen dos instintos que, en el último término, son los responsables de su conducta: el principio de muerte y el principio de amor. Son dos principios innatos que se han modificado con la cultura y su evolución. La cultura tiene su origen en el segundo principio, que Freud denomina libido o Eros, y que forma el conjunto de todos los sentimientos afectivos hacia los otros. Originalmente, el Eros persigue la unión sexual; no obstante, la evolución de la cultura ha sido posible porque los seres humanos han truncado parte de su impulso sexual en sentimientos de ternura sin finalidad sexual. Los hombres se necesitan, son incompletos por su naturaleza; llama la atención que, si bien Freud habla de psicología social", rehuye definir al ser humano como "ser social". Lo considera un animal especial, más que gregario, de horda.

Este hecho es la consecuencia de una hipótesis que recuerda la de los contractualistas clásicos políticos. Freud supone que en un "estado de naturaleza" primigenio, el ser humano se vio dominado por un padre autoritario que prohibía a todos sus hijos las satisfacciones sexuales, dejando para sí cualquier tipo posible de relación sexual. Ahora bien, el ser humano necesitado de protección paternal obedece, reprime sus instintos sexuales que se van trocando en sentimientos se ternura. La prohibición genera también unos ideales de conducta que conforman la conciencia moral o super-yo. Esto es, una parte del yo, de nuestra conciencia de lo coherente o racional, se convierte en guardián inconsciente de lo que se debe y no debe hacer. La posibilidad de infringir tal prohibición, aunque sea sólo de pensamiento, genera un sentimiento de culpabilidad. La cultura ha puesto al servicio del hombre unos paliativos para que la carga de la represión se haga más ligera, la entrega a una causa comunitaria o la sublimación de la energía en una actividad artística o intelectual. No obstante, le parece a Freud que la cultura ha fracasado, los hombres piden un padre, un conductor de la horda; es como pedir más represión para paliar la "angustia social". Este diagnóstico se produce al final de la década de 1920 y, aunque Sigmund Freud no alude a la realidad social de Austria, es casi inevitable la comparación entre dos figuras protectoras, el padre autoritario original y el Führer.

Y es que el Eros es sólo una de las energías que dominan al individuo. El instinto de muerte es instinto de conservación del individuo, en principio está dispuesto a destruir lo que le niega el placer.  La vida en comunidad es así imposible. La cultura se basa en la represión y su garante es el super-yo. Pero el instinto de agresión, descendiente del principio de muerte, es innato, irreductible. La formación de comunidades humanas ha puesto al servicio del hombre dispositivos para encauzarlo, sin embargo ese instinto sigue manifestándose cuando la tensión entre el super-yo y el yo aumenta, y lo hace siempre que las tendencias libidinosas son repetidamente insatisfechas.

En Heridas abiertas, Camille es la que cuenta la historia, la suya, porque al final puede que haya una salida, cuando la protección amorosa de la que careció durante su infancia se produce en la edad adulta. Camille trabaja de reportera y es enviada a su pueblo a cubrir la noticia de dos niñas asesinadas. Motivada por su trabajo, investiga tanto como la policía. Es perturbador para ella vivir en casa de su madre, mujer fría y entristecida por la muerte temprana de la hermanastra pequeña de Camille. Uno de los secretos de Camille está en su cuerpo; a pesar de las altas temperaturas, lleva camisa de manga larga y pantalones largos. Después de la muerte de su hermana a la que quería, Camille se vio aún más sola. Su madre nunca le habló de su padre, apenas le mostraba muestras de cariño y se negó a compartir el dolor de la pérdida con Camille. ¿Por qué tuvo que morir su hermana y no ella? Camille empezó a tener el impulso irrefrenable de marcarse palabras en su piel: con un objeto punzante, hasta arrancarse la piel, se cubría de palabras que fueron dejando cicatrices. ¿Por qué la elección de ese tipo de lesiones? Es un especialista el que podría ayudar en esa cuestión. La pregunta aquí es ¿por qué hacerse daño?
"La tensión creada entre el super-yo y el yo subordinado al mismo lo calificamos de sentimiento de culpabilidad, se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo."
Esta cita de El malestar de la cultura conecta con lo escrito más arriba, el impulso de auto-agresión con la necesidad de castigo. Camille no sabía cómo merecer el cariño de su madre, no sabía que hacía su madre encerrada en su dormitorio al que no se le permitía entrar. Cuando la muerte de su hermanastra ocurre, Camille es una adolescente; cuenta que era una líder en el instituto y que sus acciones para con otros llegaban a la crueldad. Esa maldad la fue combinando con otra, dirigida hacia si misma. Agresión y auto-agresión, la primera es una manera de ser vista como fuerte, de sentirse omnipotente y reconocida por unos que la temen, por otros que la admiran. Pero esa agresión no tenía que resultar a Camille totalmente satisfactoria. De cara a sus compañeros, ella era tan poderosa como débil era su capacidad de conseguir protección amorosa de su madre. Es posible conjeturar que esa falta le doliese aún más que las heridas hechas en su cuerpo, que mientras se las hacía obtenía el placer del olvido del otro dolor que no podía afrontar.

Y escribo se "sentía impotente" porque no es un sentimiento que podía tematizar, convertir en pensamientos. Si lo hubiera hecho, quizás habría podido pedir ayuda o actuar de otra manera. Para mantenerse lúcida, como si necesitase recordar experiencias, Camille se grababa hasta sangrar palabras muy variadas y eso durante una década. Después lejos de su casa,  dejó de hacerlo pero no por ello dejaba de sentir a veces la necesidad; no obstante, ante una situación especial, la palabra que convenía a la descripción de la misma era destacada como palpitante en la parte de su cuerpo, el concepto latía desde su piel.

El asunto es complicado. Freud me ha aportado la satisfacción de no dejar la lectura de la novela en mera anécdota con respecto al comportamiento de Camille. Los relatos de Gilliam Flynn se prestan a interpretaciones psicológicas. Desde luego, sus novelas no nos dejan indiferentes, remueven inquietudes. A pesar de ello, la escritura de la autora no permite que se la pueda calificar de misántropa: una simpatía hacia los seres humanos oculta tras las descripciones más perversas hace de sus historias un testimonio peculiar de la condición humana.