lunes, 9 de septiembre de 2019

Estar cerca de sí (continuación del comentario de Brooklyn)


Los filósofos antiguos afirmaban que para actuar bien hay que conocerse a sí mismo. Es una manera de expresar que la conclusión de la deliberación práctica tiene en cuenta las particularidades de los argumentos que forman la premisa menor. Si la premisa mayor es ¿qué debo hacer? o ¿cómo hacer lo correcto? y la premisa menor está constituida por el conjunto de todas las particularidades de la situación que el sujeto tiene el valor de exponerse a sí mismo, entonces la conclusión puede llegar a ser vinculante. El lector no puede encontrar, a priori, una razón para dudar de que Eilis Lacey, la protagonista de la novela  Brooklyn de Colm Toibin, no quiera hacer el bien para sí misma sin causar daño a otros.

Lo que he llamado "las particularidades de los argumentos" corresponde a lo que el filósofo británico Bernard Williams llama "el conjunto motivacional" de una persona. Saber lo que queremos, reflexionar sobre nuestras creencias constituye ese conocimiento de sí mismo que nos puede llevar a actuar bien. No es tan fácil saber lo que queremos, porque nos dejamos llevar por las preocupaciones cotidianas, porque pensamos a corto plazo, porque cambiamos, a veces sin darnos cuenta. Con respecto a nuestra protagonista, lo que el lector percibe es que no ha llevado nunca a cabo un relato más o menos completo de lo que quiere. Sabemos que quiere ser contable, como su hermana y que se alegra de contribuir a la economía familiar. Y sabemos también que no quiere emigrar. Lo que ocurre es que no lo dice y nadie se lo pregunta.

Es un hecho que no suele ser reconocido que en el seno de las familias no se enfoca directamente la educación moral. Lo que está bien y lo que no se aprende por ósmosis, por imitación y quizás también porque hay algo de natural o heredado. Y cuando la naturaleza ha dotado de un buen temperamento al individuo, insistir en pautas de corrección moral parece accesorio. Mi interpretación de la educación que Eilis ha vivido va en ese sentido: Eilis tiene un temperamento dócil, es "buena" al modo convencional y "externo" de entender esa palabra. En las dos entradas anteriores, he dibujado a Eilis como una joven obediente, atenta con los demás, que se adapta. Y parece que para su madre y hermana eso es suficiente; ellas están ahí para cuidar de Eilis y saben lo que es mejor para ella. No se le pregunta: ¿quieres irte a Estados Unidos?, ¿qué sientes?, ¿qué piensas?

Estoy convencida de que los especialistas en educación moral piensan que la expresión de nuestros pensamientos es a la vez expresión de nuestras emociones. Verbalizar nuestras creencias es la oportunidad de ponérnoslas enfrente y no sólo darlas a conocer a los otros, constituye un acceso a nuestra interioridad. Se inicia un diálogo consigo mismo y con los otros que es el camino al autoconocimiento.

Imaginar lo que nos gustaría ser conforma también un retrato de nosotros mismos: nos situamos ante los demás de una manera, ponemos en valor a personas y actividades, especulamos sobre nuestros sentimientos futuros. Tony, el marido americano de Eilis, se imagina el futuro con ella, donde vivirían y que tendrían hijos. Jim Farrell, su amigo íntimo de Enniscorthy, también se atreve a hacer planes que incluyen a Eilis. Y ella no dice nada. Lo que sabemos, lo único que ella sabe, es que le gustaría trabajar como contable.

Cuando la señora Kelly pide ver a Eilis y le comenta que tiene contacto con su casera en Brooklyn y que conoce su relación con Tony, Eilis sabe lo que tiene que hacer, volver a Estados Unidos. Se siente pillada, avergonzada, y huye. De su condición de mujer casada, solo informa a su madre, a Jim le escribe una carta. El lector piensa que es una manera precipitada y cobarde de irse, pero conocemos a Eilis mejor de lo que se conoce a sí misma y otra cosa nos hubiera extrañado. Es lo mejor que podía hacer, sin ser lo bueno que hubiera debido hacer.

El comentario de la novela tendrá una última entrada.